martes, 3 de junio de 2014

La tormenta del Vesubio



Hoy no tengo el día metafórico en el sentido de la palabra escrita, tengo ganas de vomitar en mi blog cosas directas y cortantes, pero eso sería romper con la esencia del mismo.

Esto no es un relato interpretativo al que se le atribuye mi psicología motivacional, esto será un discurso que necesito que mis dedos suelten en lugar de mi boca para evitar males ajenos.

Por lo tanto, quien no le interese no está invitado a leerlo, este blog es de mi propiedad y me da la potestad de utilizarlo como un pañuelo para sonarme los mocos si así lo considero necesario. Así que vuelvo hacer incapié en ello, esto no algo para digerir y pasar el rato, esto no es un aporte neriano común y corriente, esto es una necesidad interior de volcar mi fuero interno para desahogarme y a quien le moleste lo tiene tan fácil como cerrar la pestaña del navegador. No soy de esas personas que acostumbra a escribir su vida social/sentimental en las redes sociales, no apoyo la idea de que ajenos sepan de mi existencia si no es bajo mi conocimiento, por eso, bajo esta premisa, no voy a compartir este escrito con nadie, quedará sellado en esta entrada y si alguien lo lee le pediría que se lo guardase para consigo mismo. Es algo personal, pero puede que ayude al lector si se encuentra en esta misma situación.

¿Qué es la importancia humana? Es una pregunta en la que cabría una infinidad de respuestas.

Desde mi entender, es cuando una persona siente que sin otras personas no puede acabar el puzzle que conforma su vida.

¿Y qué problemas lleva consigo esto? Que si extrapolamos el concepto de que cada pieza es una persona diferente y que cada pieza goza de una autonomía propia en la que no eres capaz de influir, no podrás completarlo con los medios que tienes a tu alcance.

Y es aquí la encrucijada en la que me encuentro...

Cuando la razón te dice unas cosas pero no quieres seguir su rumbo y acabas comiéndote una pared que te hace tanto daño que dudas de si puedes levantarte acabas por plantearte muchas cosas sobre tu existencia.

El camino de la felicidad es complicado y sobre todo muy peligroso para nuestra mente. No sirve de nada intentar recorrerlo si cada vez que te pierdes estiras la mano agarrando el vacío en vez de la mano de la persona que podría ayudarte. Es un camino desdichado pero esperanzador, crees que si te consume la oscuridad durante un tiempo por lógica acabaras recibiendo una recompensa por tu injusto castigo, pero no siempre es así. En vez de lo que esperamos, muchas veces nos topamos con una oscuridad peor que la anterior que nos tumba todavía más.

Esto lleva a una dualidad espiritual, el optar por la razón que te enseña a decidir por tu integridad antes que nada o la compasión, que te empuja a sufrir un calvario para ser reconocido por la pieza que falta en tu puzzle.

Pero el asco visceral te sucumbe el esófago cuando optas por la segunda vía y ves que no sirve de nada.

El puzzle de tu vida le falta una pieza, intentas colocarla y lo único que ves es como un chorro de lava sale por ese orificio, te salpica y acaba quemando hasta las cenizas el puzzle al completo.

Cada uno de nosotros somos la pieza que alguien necesita para completar su puzzle y tenemos nuestro puzzle que montar con su ayuda, quienes no son capaces de darse cuenta no merecen participar en este ecosistema de sencilla estructuración.

Pero el mio se está deshaciendo lentamente entre las ardientes llamas de la lava y todo porque esa pieza no quiere colocarse en su sitio. No puedo obligarla, dije que las piezas gozan de autonomía donde no puedes interferir, tiene que ser sus pautas las que decidan posarse en tu mano para introducirse después en el hueco que les corresponde.

¿Qué debo hacer entonces? 

Y con esta pregunta dejaré este debate abierto, si la razón debe prevalecer ante la compasión o viceversa.

Mientras tanto, seguiré sumergiéndome en la lava de mi Vesubio particular, a ver si puedo deshacerme junto con mi puzzle el cual estoy fracasando por completar...



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