Muertos.
De rodillas estaba postrado, en un mar de sangre y entrañas surtidas de seres humanos que una vez fueron considerados aliados.
Así es como recuerdo el día en que nací.
Estaba todo listo para que mi plan curtido durante diez largos años llegase a su máximo apogeo. Desde este atalaya podía divisar cualquier parte de la ciudad, por lejana que fuese y esta ventaja no podía pasar desapercibida para mis dotes.
Una vez tuve marcado como objetivo al presidente, desenfundé la hoja, vibrante y sedienta, y activé el mecanismo de camuflaje.
Descendí rapidamente por la pared, corriendo cual ninja mimetizado con las sombras, salté y todo hubo acabado de un solo golpe... Si no fuera por ellos.
Aparecieron de la nada, traidores, insensatos. Me vendieron, habían soplado todo mi plan, todas mis intenciones al Presidente y este lo tenía todo preparado para dejarme en ridículo. Pero no fue así, Dios sabe que no fue así y el Diablo se vanagloria de ello.
Con un grácil movimiento me zafé de los guardaespaldas que acabaron partidos en dos. Trozos de hueso, sangre y tripas se desparramaron por el cemento grisáceo del suelo. Uno de ELLOS intento matarme con su rifle, esquivé un disparo, dos, tres y cuando estuve delante de él no dude ni un momento, cercené su brazo izquierdo y a continuación su cabeza rodaba como una rueda de bicicleta a toda velocidad calle abajo.
Luego no puede frenarme, me supo a gloria ese momento.
Uno tras otros, todos mis aliados, todos aquellos en los que confiaba iban cayendo culpables de su traición. Nadie podía detenerme, cumpliría mi plan costase lo que costase.
Pero una vez hube terminado con todos fue una mísera bala la que convenció a mi mente asesina de la pura realidad: Estaba derrotado desde el principio.
El proyectil metálico trazó su camino desde que salió del arma madre hasta mi frente sin desviarse ni un momento. Me tocó, me penetró y en unas milésimas de segundo que parecieron eones se alimentó de la destrucción de mi cerebro hasta que decidió respirar agujereando mi nuca para ver su cenit en el suelo teñido de rojo.
Fue cuando decidí, en contra de mi voluntad, que ya estaba bien. Me arrodillé, en la sangre y en las vísceras de mis aliados y centré la vista en el lago rojo que crecía sin fin hasta derramarse por la cuneta y acabar huyendo por el alcantarillado.
Esas milésimas de segundo aun no habían terminado pero pude centrarme en unos últimos recuerdos, en como había conseguido formar la asociación, como puede engendrar una mente valerosa y capaz de intentar siquiera cambiar el mundo.
El tiempo se terminaba y esta cansado, muy cansado. Cerré los ojos, todo se volvió negro y empecé a sentir un frío extraño que envolvió rapidamente todo mi cuerpo. Era el final, el auténtico final.
Pero no...
Era solo el principio de una epopeya oscura y que muchos lamentarían.
El Asesino de Almas había nacido en ese preciso momento y tenía ganas de trabajar.
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